Después de terminar un manuscrito, es normal que un autor sienta el impulso de dejarlo «listo» cuanto antes. Y es que, con todas las herramientas disponibles hoy en día (correctores automáticos, IA, lectores beta, foros, etc.), muchos autores se plantean «¿de verdad necesito un corrector profesional?» La respuesta directa es sí. Déjame decirte que no cualquiera no puede corregir un manuscrito; de hecho, un escritor no debería corregir su propio manuscrito.

Aunque, como autor, tengas un buen dominio del idioma o conozcas la gramática a la perfección, la corrección de un manuscrito es una disciplina especializada que va mucho más allá de «escribir bien». Ya he hablado anteriormente de la hibris de muchos escritores o de los autores que creen que corregir es simplemente revisar una obra por segunda o tercera vez; la realidad es otra. Y en este artículo quiero contarte qué distingue a un escritor de un corrector. Pues, al final, la corrección profesional es un proceso técnico (y artístico) que va más allá de dominar la lengua.

Como profesional de la corrección y edición, he visto de todo: novelas con tramas potentes arruinadas por problemas de estilo, ensayos brillantes opacados por fallos sintácticos, textos prometedores que se quedan a medias porque nadie supo guiarlos en el tramo final. Corregir un manuscrito no es un paso secundario: es un proceso técnico, analítico y creativo que transforma tu texto y lo prepara para cuando se enfrente al lector.


1. Corregir es un trabajo y un arte, no consiste solo en aplicar reglas

Puede parecer que corregir se basa, simplemente, en aplicar normas ortográficas y gramaticales con precisión; que siempre y cuando tengas la web de la RAE abierta al lado de tu manuscrito lo tienes todo hecho. Pero lo cierto es que un corrector no solo se caracteriza por el dominio técnico del lenguaje. Para corregir, más allá de una formación y o cierta experiencia, es indispensable un factor: una sensibilidad especial o una intuición lingüística que no se adquiere o enseña con destreza.

Muchas personas pensarán que un corrector debería tener una gramática y ortografía impoluta, que debe hablar con corrección (valga la redundancia) y que tiene que ser escrupuloso a la hora de escribir. Seguramente, cuente (o debería) con un nivel superior al de aquellos que carecen de formación profesional en este ámbito y mayor facilidad frente a aquellos que no cuenten con experiencia. No obstante: la mejor cualidad de un corrector no es su trayectoria profesional, sino su instinto nato. Al final, se puede decir que corregir es un arte como cualquier otro, llevado al campo profesional.

La intuición de la que hablo le permite a este profesional ir más allá de lo correcto. Le otorga el ojo de saber detectar estructuras torpes, repeticiones innecesarias o frases que no fluyen como deberían. Lo hace capaz de aumentar un grado la facilidad de comprensión, el ritmo, la sonoridad, la economía del lenguaje e, incluso, la belleza lírica del texto. En definitiva: le da el superpoder de encontrar la mejor manera de expresar una idea lingüísticamente y estéticamente hablando.

Corregir, en especial si hablamos de la corrección de estilo, no es solo arreglar o pulir un manuscrito: es mejorar el texto sin traicionar la voz del autor. Esa intuición se cultiva mediante años de lectura crítica, formación continua y experiencia práctica. Pero se debe tener, de primeras. Este aspecto justifica el hecho de que un escritor no debería corregir su propio manuscrito.

2. El sesgo de corregir tu propio texto

Un escritor siempre va a estar emocionalmente implicado con su obra. Eso hace que, muchas veces, le cueste ver ciertos fallos estructurales o de estilo. Un corrector profesional, en cambio, se acerca al texto con una mirada fresca y analítica, no viciada. Y es que algo que sucede cuando se escribe y relee un mismo texto es que la vista se acomoda a los errores y los pasa por alto.

Como autor, conoces cada escena, cada intención detrás de una frase. Y, por eso, aunque leas veinte veces, tu cerebro «completa» lo que falta y «perdona» lo que está mal dicho; por ello, el escritor no debería corregir su propio manuscrito. Un corrector profesional, en cambio, lee con distancia. Su lectura es crítica, técnica y orientada a mejorar el texto sin traicionar tu estilo. Sabe identificar inconsistencias, ambigüedades, errores ocultos y oportunidades para mejorar la voz.

El corrector, por tanto, tiene la capacidad de leer tu obra no como la persona que la creó, sino como quien va a publicarla o leerla, por lo que evaluará la lógica interna, la coherencia y la estructura narrativa. Es esa distancia crítica la que permite transformar un manuscrito bueno en uno excelente. Autoeditar tu manuscrito es un paso importante, pero este proceso no sustituye una corrección profesional.

3. Los errores que pasan desapercibidos (y los que ya forman parte del problema)

Todos somos imperfectos a la hora de redactar. Desde manías mal adquiridas hace años y que todavía arrastramos, pasando por localismos que se enmarañan con frases hechas, hasta malos vicios (abreviaturas y expresiones de Internet, extranjerismos no adaptados, fallos de translaciones en políglotas, etc.) que interiorizamos al leer textos en mal estado.

Este último punto es el que más irritación me produce, y ya he hablado de él antes y he tratado de dejar consejos para evitar calcos del inglés para escritores. Y es que, hoy en día, la sobreproducción editorial deriva en obras contaminadas por estructuras sintácticas calcadas del inglés: frases impersonales, construcciones con preposiciones incorrectas, orden oracional ajeno al español, entre otros. Esto se debe, en gran parte, a la proliferación de traducciones mal hechas (salarios indignos, demasiadas horas de trabajo, traducciones compartidas entre varios trabajadores, falta de recursos, tiempos acelerados de la industria, etc.).

Lo preocupante es que nosotros, como lectores, ya no reconocemos estos errores como tal, pues si los lirbos de grandes editoriales salen así, deberán estar bien escritos (y traducidos y corregidos), ¿no? Cuando además de lector eres autor, este problema se vuelve crítico: al final, repites lo que ves. Y, al corregirte a ti mismo, refuerzas, sin saberlo, estos problemas; hecho que demuestra, de nuevo, que un escritor no debería corregir su propio manuscrito. Por contra, un corrector profesional competente te será de gran ayuda: tendrá la capacidad de detectar y corregir estos vicios.

4. La corrección no es aplicar normas a rajatabla, es decidir con criterio (editorial)

Tener el Diccionario de la RAE a mano no es suficiente. Ni haber estudiado filología. Y siento decir que, en muchos casos, haber hecho uno o varios cursos de corrección… tampoco.

Corregir implica discernir entre lo correcto y lo adecuado, entre lo aceptado y lo eficaz. No basta con saber que una coma está mal puesta: hay que saber por qué esta afecta al ritmo de lectura. No se trata solo quitar o añadir o adaptar muletillas: es ayudar a que el texto fluya, emocione o convenza. Como parte del proceso, hay que entender cuándo aplicar una regla, cuándo romperla y cómo mantener la coherencia estilística de un texto entero.

Corregir implica mucho más que consultar y aplicar una norma. Corregir es tomar decisiones. Y eso exige conocimiento técnico, sensibilidad literaria y un sentido claro del público objetivo y del propósito del texto. Los correctores no solo manejamos manuales, también tenemos herramientas específicas, glosarios técnicos, criterios editoriales y formación constante. Esta preparación nos permite resolver dudas con rapidez y tomar decisiones lingüísticas con seguridad y rigurosidad.

5. La lectura crítica y la capacidad de análisis son claves… y no se desarrollan con la escritura

Siempre he pensado que la capacidad de análisis y de comprensión lectora es lo que va a marcar la diferencia entre un buen corrector y otro no tan bueno. El primero sabrá enfrentarse a un texto, sea este cual sea, pues será capaz de verlo, dividirlo, comprenderlo y atajarlo de la mejor manera. Un buen corrector también es aquel que sabe dónde consultar, qué materiales le son de ayuda en cada caso y cómo solventar las fallas de un texto.

Ser corrector no es una tarea que se limite a leer una norma y aplicarla a un texto. La mayoría de los textos tienen muchos problemas de estilo, de ahí la importancia de la corrección de estilo, a pesar de que esta se omiten en la mayoría de los casos, pues en lo que más fallan hoy en día los escritores es en la sintaxis, los calcos, la estructura oracional y las preposiciones, entre otros asuntos. Idealmente, un corrector habrá leído tanto lo bueno como lo malo, precisamente para saber encontrar las diferencias. El criterio desarrollado y la capacidad de analizar los textos en busca de oportunidades lo elevará como profesional.

Aunque ambos usen las letras, sorprendentemente, escribir y corregir no son lo mismo; de modo que un escritor no debería corregir su propio manuscrito. Una carrera muy prolífera en el ámbito de la escritura no te garantiza una mejor redacción (por supuesto que ayuda, si comprendes cómo escribes). La corrección es un apartado distinto de este proceso de escritura, lo que, por sí mismo, le otorga cualidades distintas. De este modo, su funcionamiento será distinto. Y, por ende, deberá abordarlo una persona distinta; capacitada y cualificada para ello.

6. Tu reputación como autor depende del nivel de tu manuscrito final

Una buena idea mal escrita es un mal libro. Un texto con errores puede hacerte perder credibilidad ante editoriales, lectores o agentes literarios. Hoy en día, donde hay tanta competencia, la calidad del manuscrito final marcará la diferencia entre ser leído o descartado. Y esa calidad no se improvisa ni se consigue solo mediante talento. Se construye con un trabajo de corrección serio, profundo y profesional.

Otorgarle el valor digno a la fase posterior a la escritura, en especial si quieres autopublicar una novela, aumentará el prestigio de tu marca como autor y de tu manuscrito. Ya habrás descubierto por qué un escritor no debería corregir su propio manuscrito, pero, si acompañas tu talento al de un corrector, tu obra perdurará no solo por la historia o por tu pluma, sino por la delicadeza con la que se ha tratado y presentado el texto.

Como conclusión, corregir requiere de una formación específica, años de experiencia, un enfoque crítico y, sobre todo, un compromiso profundo con el texto… sin el apego emocional que tiene el autor. Mi recomendación como profesional de la corrección y edición es clara: deja que otra mirada acompañe a la tuya. No cualquier mirada: una entrenada, precisa y empática. Si quieres empezar a trabajar en tu obra con una profesional que cuide y mime tu obra y respete tu tiempo, puedes ojear mis servicios editoriales y escribirme para que trabajemos juntos.